viernes, 16 de septiembre de 2005

Mirar por el reflejo.

Hoy Felipe salió algo atrasado al colegio. Como siempre haciéndole puntería para aprovechar hasta el último minuto de paciencia de su padre mientra él en el baño lee rápidamente lo único del diario que le interesa saber medio dormido: Los deportes.

Yo no me había levantado pero desde las seis y media estuve recibiendo una clase maravillosa de fisiología vegetal del último libro con que se nutren los intereses científicos de mi amado esposo. No es broma: lo pasé bien pues lo explica con la pasión del que entiende un tema como no lo vemos los demás y es realmente lindo el saber por el saber, de lo que sea.

Bueno, Felipe se ponía su uniforme y yo lo miraba por el reflejo del televisor del estar, y pensaba que a las personas las vemos siempre como en un reflejo de su realidad. ¡Y reflejo de un televisor lejano y apagado, oscuro, algo convexo y pequeño en este caso! ¡Cuánto de lo que ese hijo que tenemos al lado cada día desconozco, se me escapa y nunca lo sabré! ¡Cuántos prejuicios tenemos por ver por esos lentes deformes, prejuiciados que etiquetan, y, como esos pegotines que nunca se terminan de sacar o al menos dejan la huella de su goma, los prejuicios quedan pegados a cada persona que se los colocamos!


Me causó una ternura muy grande ver hoy las cosas de este modo. A ver si nos miramos más de cerca para no necesitar etiquetar a nadie.

1 comentario:

  1. Hoy, más de tres años después de escrito este post, lo ratifico. Antes veía por el reflejo a mi hijo completo, porque era de más baja estatura. Hoy ya no cabe en el reflejo ese: mide más de 180 centímetros y hay áreas de su intimidad a las que no tengo acceso alguno. Ojalá algún día sea menos hermético.

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