Oigo ladrar perros en la noche. Son perros alerta, perros de casas, perros que cumplen un deber y alegran un hogar. Son ladridos de canes cautivos, amigos del hombre: personas que los aman y los cuidan. Buena alianza desde tiempos inmemoriales de mutua conveniencia. ¿Cuando nos descubriríamos mutuamente?
Desde mi más tierna infancia los perros y sus comunicaciones nocturnas están presentes. Siempre hubo de estos primos de los lobos y dingos cerca de mi hogar. Mi madre los ama y tiene una paciencia y un don para educarlos que yo no he cultivado por tener una familia de gatos un tanto extensa, incompatible con los mastines, pero amigables con mi jardín. ¡Punto en a favor para los mininos!
Los ladridos entrañables que me retrotraen a mis tiempos de las visitas invernales a la abuela Mimí en Villa Alegre. Inviernos en que las luces legañosas de la calle daban sombras fantasmagóricas dentro de la galería laaaarga ¡como vagón de ferrocarril! sombreada en verano por el viejo nogal que en invierno, ya desnudo, sólo dejaba caer de vez en cuando alguna nuez olvidada que rodaba por el techo de zinc haciendo su "toco-toco-toco-toc-toc-toc" característico.
Junto a los perros son los sonidos nocturnos más especiales y --creo-- los primeros de los que yo haya tenido conciencia y que hasta hoy me llevan a ese hogar que mantenía ardiendo el amor de mi abuela, y, curiosamente, también me hacen volar hacia tiempos pasados en las noches de campo en Carrizal, con su silencio alterado sólo por los ladridos, quietud que desde muy lejos permitía oír venir algún vehículo por el camino ripiado, con sus cerros cortados que se iluminaban a su paso, para seguir de largo haciendo saltar las piedras que pegaban contra su panza de metal sin molestar mucho por ello a sus misteriosos ocupantes.
Desde mi más tierna infancia los perros y sus comunicaciones nocturnas están presentes. Siempre hubo de estos primos de los lobos y dingos cerca de mi hogar. Mi madre los ama y tiene una paciencia y un don para educarlos que yo no he cultivado por tener una familia de gatos un tanto extensa, incompatible con los mastines, pero amigables con mi jardín. ¡Punto en a favor para los mininos!
Los ladridos entrañables que me retrotraen a mis tiempos de las visitas invernales a la abuela Mimí en Villa Alegre. Inviernos en que las luces legañosas de la calle daban sombras fantasmagóricas dentro de la galería laaaarga ¡como vagón de ferrocarril! sombreada en verano por el viejo nogal que en invierno, ya desnudo, sólo dejaba caer de vez en cuando alguna nuez olvidada que rodaba por el techo de zinc haciendo su "toco-toco-toco-toc-toc-toc" característico.
Junto a los perros son los sonidos nocturnos más especiales y --creo-- los primeros de los que yo haya tenido conciencia y que hasta hoy me llevan a ese hogar que mantenía ardiendo el amor de mi abuela, y, curiosamente, también me hacen volar hacia tiempos pasados en las noches de campo en Carrizal, con su silencio alterado sólo por los ladridos, quietud que desde muy lejos permitía oír venir algún vehículo por el camino ripiado, con sus cerros cortados que se iluminaban a su paso, para seguir de largo haciendo saltar las piedras que pegaban contra su panza de metal sin molestar mucho por ello a sus misteriosos ocupantes.
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