Tengo un hijo adolescente y es el último que me queda de colegio. De los otros cuatro tres se han ido por distintos caminos y en diversos países. Ninguno se ha casado con chilenos, curiosamente; mis hijos políticos son extranjeros, de extraños hablares, pero de corazones comprensibles, aunque diferentes, como cada ser que se engendra que es único e irrepetible.
Cuando algunos saben que son cinco mis hijos se sorprenden, e inclusive consideran que son muchos con los mismos dos apellidos que usamos en Chile, pero a mí no me sobra ninguno, ¡al contrario! y hoy, mientras regaba unos sitios que estaban más secos pensaba en eso: NO SIEMPRE SERÁ ASÍ y es que me puse a mirar el desastre causado por el arco de fútbol y los consiguientes pelotazos contra el muro de deslinde en que sólo hay una pared blanca pues toda la vegetación ha decidido crecer por otros lados más amigables.
Mis damascos, con los que entre Navidad y Año Nuevo hacemos mermelada casera entre mi
marido y yo --acá todo es compartido--, se ralean en un porcentaje importante, y, cuando me lo hacen notar, yo considero que es para bien, que los que sobrevivan serán más bellos, jugosos, dulces y aromáticos. Los habrá raleado un niño, un hijo, haciendo algo que le hace bien, lo hace soñar con sus ídolos, generalmente brasileños, ¡los mismos que nos dejan con pocas posiblidades de ir a los mundiales! pues para nuestra desgracia y la de él, estamos en el mismo grupo con Brasil y Argentina, las indiscutibles estrellas de este cuento.
Cuando algunos saben que son cinco mis hijos se sorprenden, e inclusive consideran que son muchos con los mismos dos apellidos que usamos en Chile, pero a mí no me sobra ninguno, ¡al contrario! y hoy, mientras regaba unos sitios que estaban más secos pensaba en eso: NO SIEMPRE SERÁ ASÍ y es que me puse a mirar el desastre causado por el arco de fútbol y los consiguientes pelotazos contra el muro de deslinde en que sólo hay una pared blanca pues toda la vegetación ha decidido crecer por otros lados más amigables.
Mis damascos, con los que entre Navidad y Año Nuevo hacemos mermelada casera entre mi
marido y yo --acá todo es compartido--, se ralean en un porcentaje importante, y, cuando me lo hacen notar, yo considero que es para bien, que los que sobrevivan serán más bellos, jugosos, dulces y aromáticos. Los habrá raleado un niño, un hijo, haciendo algo que le hace bien, lo hace soñar con sus ídolos, generalmente brasileños, ¡los mismos que nos dejan con pocas posiblidades de ir a los mundiales! pues para nuestra desgracia y la de él, estamos en el mismo grupo con Brasil y Argentina, las indiscutibles estrellas de este cuento.
5 comentarios:
mmm qué rica debe estar esa mermelada!
:-)
He sido una de las sorprendidas, pensaba que eran más chiquitos, como pasa el tiempo amiga verdad?
Es un bonito post
Un abrazo
Ni me digas: ¡yo soy la orgullosa madre, pero los retoños crecen!
Ahora, mientras comiámos mis hijos y yo, hablábamos de la entrega de llaves del piso de mi hija que será el día 12, dice que se irá en cuanto se las den, y hemos estado hablando de los guisos de "mami", le he dicho que cuente con seguir comiendo lo mismo aunque haya de llevarselo en Taper a su nuevo hogar.
Todo cambia, Ale, pero siempre, siempre serán nuestros niños, todavía, a veces, he de recordarle a mi madre cuando me da consejos que ya estoy próxima a los 50 años y ella contesta, pues para mi eres una niña...
Un abrazo
Trini: Creo que has dado en el clavo; la experiencia que llevamos a los hijos y que los padres nos dan a nosotros, hace que nunca deje de haber algo que enseñar y mucho que que aprender, y cuando se ve desde esta ribera, puede que los viejos no sepan de ordenadores ni celulares (ni falta que les hace), pero ¡más apreciamos la sabiduría que sólo dan los años!
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