Mi prima Mónica me ha mandado este texto. No lo conocía pero lo encuentro extraordinario; tiene humor, pero dice verdades que las señoras y caballeros de las 4 décadas conocemos muy bien. Somos una generación de transición. No suelo postear cosas ajenas salvo que me toquen como ésta vez ha sucedido. No en todo lo dicho me reconozco, pero sí veo lo que les sucede a otros mayores que yo, sobre todo. En fin. El mundo va rápido y no hay que ser viejo para sentir el vértigo que nos ha impuesto.
Para mayores de cuarenta
Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco.
No hace tanto, con mi mujer, lavábamos los pañales de los críos, los colgábamos en la cuerda junto a otra ropita, los planchábamos, los doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar.
Y ellos, nuestros nenes, apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se encargaron de tirar todo por la borda, incluyendo los pañales.
¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables! Si, ya lo sé. A nuestra generación siempre le costó tirar. ¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables! Y así anduvimos por las calles guardando los mocos en el bolsillo y las grasas en los repasadores.
¡¡¡Nooo!!! Yo no digo que eso era mejor. Lo que digo es que en algún momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra. Lo más probable es que lo de ahora esté bien, eso no lo discuto. Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el celular cada tres meses o el monitor de la computadora todas las navidades.
¡Guardo los vasos desechables!
¡Lavo los guantes de látex que eran para usar una sola vez!
¡Apilo como un viejo ridículo las bandejitas de espuma plástica de los pollos!
¡Los cubiertos de plástico conviven con los de acero inoxidable en el cajón de los cubiertos!
¡Es que vengo de un tiempo en el que las cosas se compraban para toda la vida!
¡Es más, se compraban para la vida de los que venían después!
La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, fiambreras de tejido y hasta palanganas de loza.
Y resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos tenido más cocinas que las que había en todo el barrio en mi infancia y hemos cambiado de heladera tres veces.
¡¡Nos están fastidiando! ! ¡¡Yo los descubrí!! ¡¡Lo hacen adrede!! Todo se rompe, se gasta, se oxida, se quiebra o se consume al poco tiempo para que tengamos que cambiarlo. Nada se repara. Lo obsoleto es de fábrica.
¿Dónde están los zapateros arreglando las media-suelas de las Nike?
¿Alguien ha visto a algún colchonero escardando sommiers casa por casa?
¿Quién arregla los cuchillos eléctricos? ¿El afilador o el electricista?
¿Habrá teflón para los hojalateros o asientos de aviones para los talabarteros?
Todo se tira, todo se desecha y, mientras tanto, producimos más y más basura.
El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que en toda la historia de la humanidad.
El que tenga menos de 40 años no va a creer esto: ¡¡Cuando yo era niño por mi casa no pasaba el basurero!! ¡¡Lo juro!! ¡Y tengo menos de... años!
Todos los desechos eran orgánicos e iban a parar al gallinero, a los patos o a los conejos (y no estoy hablando del siglo XVII)
No existía el plástico ni el nylon. La goma sólo la veíamos en las ruedas de los autos y las que no estaban rodando las quemábamos en la Fiesta de San Juan.
Los pocos desechos que no se comían los animales, servían de abono o se quemaban. De 'por ahí' vengo yo. Y no es que haya sido mejor. Es que no es fácil para un pobre tipo al que lo educaron con el 'guarde y guarde que alguna vez puede servir para algo', pasarse al 'compre y tire que ya se viene el modelo nuevo'.
Mi cabeza no resiste tanto.
Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de celular una vez por semana, sino que, además, cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real.
Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre (y vaya si era un nombre como para cambiarlo) Me educaron para guardar todo. ¡¡¡Toooodo!!! Lo que servía y lo que no. Porque algún día las cosas podían volver a servir. Le dábamos crédito a todo.
Si, ya lo sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos podían servir y qué cosas no. Y en el afán de guardar (porque éramos de hacer caso) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo, las carpetas del jardín de infantes y no sé cómo no guardamos la primera caquita. ¿Cómo quieren que entienda a esa gente que se desprende de su celular a los pocos meses de comprarlo?
¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente, no se valoran y se vuelven desechables con la misma facilidad con la que se consiguieron?
En casa teníamos un mueble con cuatro cajones. El primer cajón era para los manteles y los repasadores, el segundo para los cubiertos y el tercero y el cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto. Y guardábamos.. . ¡¡Cómo guardábamos!! ¡¡Tooooodo lo guardábamos!! ¡¡Guardábamos las chapitas de los refrescos!! ¡¿Cómo para qué?! Hacíamos limpia-calzados para poner delante de la puerta para quitarnos el barro. Dobladas y enganchadas a una piola se convertían en cortinas para los bares. Al terminar las clases le sacábamos el corcho, las martillábamos y las clavábamos en una tablita para hacer los instrumentos para la fiesta de fin de año de la escuela. ¡Tooodo guardábamos!
¡¡¡Las cosas que usábamos!!!: mantillas de faroles, ruleros, ondulines y agujas de primus. Y las cosas que nunca usaríamos. Botones que perdían a sus camisas y carreteles que se quedaban sin hilo se iban amontonando en el tercer y en el cuarto cajón. Partes de lapiceras que algún día podíamos volver a precisar. Tubitos de plástico sin la tinta, tubitos de tinta sin el plástico, capuchones sin la lapicera, lapiceras sin el capuchón. Encendedores sin gas o encendedores que perdían el resorte. Resortes que perdían a su encendedor...
Cuando el mundo se exprimía el cerebro para inventar encendedores que se tiraban al terminar su ciclo, inventábamos la recarga de los encendedores descartables. Y las Gillette -hasta partidas a la mitad- se convertían en sacapuntas por todo el ciclo escolar. Y nuestros cajones guardaban las llavecitas de las latas de sardinas o del corned-beef, por las dudas que alguna lata viniera sin su llave. ¡Y las pilas! Las pilas de las primeras Spica pasaban del congelador al techo de la casa. Porque no sabíamos bien si había que darles calor o frío para que vivieran un poco más. No nos resignábamos a que se terminara su vida útil, no podíamos creer que algo viviera menos que un jazmín.
Las cosas no eran desechables. Eran guardables. ¡¡¡Los diarios!!! Servían para todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para poner en el piso los días de lluvia y por sobre todas las cosas para envolver. ¡¡¡Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al trozo de carne!!!
Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros para hacer guías de pinitos de navidad y las páginas del almanaque para hacer cuadros y los cuentagotas de los remedios por si algún medicamento no traía el cuentagotas y los fósforos usados porque podíamos prender una hornalla de la Volcán desde la otra que estaba prendida y las cajas de zapatos que se convirtieron en los primeros álbumes de fotos. Y las cajas de cigarros Richmond se volvían cinturones y posa-mates y los frasquitos de las inyecciones con tapitas de goma se amontonaban vaya a saber con qué intención, y los mazos de naipes se reutilizaban aunque faltara alguna, con la inscripción a mano en una sota de espada que decía 'éste es un 4 de bastos'.
Los cajones guardaban pedazos izquierdos de palillos de ropa y el ganchito de metal. Al tiempo albergaban sólo pedazos derechos que esperaban a su otra mitad para convertirse otra vez en un palillo.
Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros objetos. Así como hoy las nuevas generaciones deciden 'matarlos' apenas aparentan dejar de servir, aquellos tiempos eran de no declarar muerto a nada: ¡¡¡ni a Walt Disney!!!
Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en base y nos dijeron: 'Cómase el helado y después tire la copita', nosotros dijimos que sí, pero, ¡¡¡minga que la íbamos a tirar!!! Las pusimos a vivir en el estante de los vasos y de las copas. Las latas de arvejas y de duraznos se volvieron macetas y hasta teléfonos. Las primeras botellas de plástico se transformaron en adornos de dudosa belleza. Las hueveras se convirtieron en depósitos de acuarelas, las tapas de botellones en ceniceros, las primeras latas de cerveza en portalápices y los corchos esperaron encontrarse con una botella.
Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos. ¡¡¡Ah!!! ¡¡¡No lo voy a hacer!!! Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad son descartables.
Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas. Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero. No lo voy a hacer. No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne. No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos, que a las personas que les falta alguna función se les discrimina o que valoran más a los lindos, con brillo y glamour.
Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de celulares. De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a la 'bruja' como parte de pago de una señora con menos kilómetros y alguna función nueva. Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo de que la 'bruja' me gane de mano y sea yo el entregado.
Eduardo Galeano
NOTA: Me han hecho una corrección que no puedo comprobar, pero para ser justos la pondré acá como un enlace para el que quiera verlo. Me han dicho que el verdadero autor de este texto es otro uruguayo, don Marciano Durán y lo encuentran acá*
14 comentarios:
Me has recordado que mi mamá contaba cómo cuando los 9 eramos pequeños los pañales eran picos de tela que se lavaba y tendían.....Está claro que las ciencias adelantan que son una barbaridad....
¡Qué bueno lo de las copitas de helados!...¡qué cosas! Besos y feliz sábado
Uy!, hay tanto para decir...
Lo que ha hecho el mal uso la modernidad y el consumismo a las sociedades, explican el porque de mucho de lo que se señala en el texto del Sr. Galeano.
No dice que cuando ibamos a comprar pán, llevabamos una bolsa de tela, y que para hacer lo mismo con los liquidos habia que llevar una botella de vidrio erfectamente retornable. Esto ya fuera leche yoghurt gaseosas o vino. Así se contribuia a un mundo menos global pero sí más limpio.
Lindo haberlo vivido y poder contarlo
En mucho me siento identificada. Soy igual y aún no llego a los 40!
La pura verdad, René. ¿Y qué me dices de las latas blandas del interior del tarro de nescafé para ponerle el número a las rosas del criadero del abuelo? claro que esto se contrapone con mi anhelo de no llenarme de cachureos como cuento acá: Acumulaciones compulsivas En el saber conocer a tiempo el justo medio hace la diferencia entre ser botarate con el planeta y el problema que tenía Diógenes.
Gracias por venir y comentarme.
Me reí mucho con lo del papel periódico porque me hizo recordar los días de lluvia y los caminos hacia todos los destinos de la casa y más de un resvalón resultó de esto. También, esperando en la carnicería Mamá leyó un aviso recordando estaba abierta la postulación para comprar casa a través de la administradora de pensiones (Caja de Empleados Particulares en ese tiempo) y así obtuvimos la nuestra.
También tiene razón Galeano de guardar por si vuelve la moda y ahora, en muchos lugares y muchas personas están optando por no llevar bolsas plásticas a casa y así se está volviendo a las bolsas de malla o de tela.
Se ve que SON muy pocos los blogueros de más de 40. No se reconocen en estos ejemplos de Galeano, jeje
Durante buena parte de los años 80, en mi país vivimos tiempos de tal escasez que guardábamos todo. Y algunos se les ha quedado eso bien metido en el subconsciente. Lo recuerdo perfectamente... ¡y eso que todavía no llego a los 40!
:D
Simpático análisis
no, todo tiempo pasado fue... PEOR!
Viva nuestro tiempo! el futuro es fantástico!
entre paréntesis... dónde fue escrito esto? porque en los 60, ya había máquinas de lavar, je je
yo creo que el que escribió esto... tiene el síndroma de guardar basura! (existe en psiquiatría...)
PS: lavar los vasos desechables es de lo más antihigiénico que hay!
Muchos saludos!
Mutatis mutandi, es verdad lo que dice sobre eso de extender lo desechable a todos los ámbitos de la existencia, hasta en las relaciones humanas.
No me gusta guardar mugre y lo he comentado acá: Acumulaciones compulsivas pero tirar todo no es sano tampoco. Creoq ue estamos de acuerdo en eso.
Galeano, el autor es un respetado periodista y escritor uruguayo. Dejé un enlace a Wikipedia al final del texto copiado.
Saludos
no lo conocía, con permiso se loo enviaré a mis hermanos mayores...
Bss
Es la cultura del desperdicio.Además incentiva no solo el consumismo sino también la producción permanente de parte de la industria.
A nosotras nos correspondió la cultura de la austeridad.
En esto influye bastante el modelo económico imperante.Nada es casual.
Todavía recuerdo el lavado de pañales con jabón Popeye y su correspondiente hervido para el blanqueado.
Saludos desde Ñuñoa
Muchas gracias por el dato. Sólo copié lo que me llegó. Pondré un enlace al sitio que me dice para que el que desee verlo pueda acceder sin problemas.
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