Comienzo una nueva serie de historias mínimas y anécdotas de mi infancia vividas en un lugar cerca de San Javier de Loncomilla, Chile, llamado Carrizal del Maule (Latitud: 35° 42' 0 S, Longitud: 71° 54' 0 W). bajo la sombra del cerro Gupo. Ahí pasé mis primeros años de vida hasta que debí entrar al colegio.
Casa de Carrizal
Nuestra casa de campo era grande, antigua, y con las incomodidades de tener una distribución de corredores hacia el jardín, por el frente y por detrás hacia el patio plantado con olivos, con sus hojas plateadas temblando por el viento, sin contar la huerta y el gallinero que era un mundo por descubrir a mis cinco años, que es la edad de mis primeros recuerdos firmes. Algo he contado acá* en una entrada que casi nadie ha conocido por ser de las primeras en este sitio.
Todas las habitaciones estaban articuladas y conectadas a estos corredores de anchos aleros, muy útiles para trabajar bajo techo cuando el aguacero se dejaba caer, y para descansar a la sombra del verano en el rulo. Salvo cuando alguna innovación cambiaba ese esquema, las casas de campo del Valle Central eran así. Herencia de España, claramente.
Del gallinero se pasaba a la huerta, ambas cosas indispensables cuando se vive lejos de los centros urbanos. En lugares así no había almacén que sirviera cuando se cortaban los caminos o se necesitaba cocinar variado y sano. También teníamos un molino de granos, pesebrera, corral de ganado menor, huerto con frutales y un camino con eucaliptos olorosos y de suaves sonidos. Todo lleno de pitidos de picaflores en la época de las flores.
Todas las habitaciones estaban articuladas y conectadas a estos corredores de anchos aleros, muy útiles para trabajar bajo techo cuando el aguacero se dejaba caer, y para descansar a la sombra del verano en el rulo. Salvo cuando alguna innovación cambiaba ese esquema, las casas de campo del Valle Central eran así. Herencia de España, claramente.
Del gallinero se pasaba a la huerta, ambas cosas indispensables cuando se vive lejos de los centros urbanos. En lugares así no había almacén que sirviera cuando se cortaban los caminos o se necesitaba cocinar variado y sano. También teníamos un molino de granos, pesebrera, corral de ganado menor, huerto con frutales y un camino con eucaliptos olorosos y de suaves sonidos. Todo lleno de pitidos de picaflores en la época de las flores.
La laguna del poleo
Entre la huerta y el gallinero había unas vegas que mantenían un laguito --otros dirían charco-- donde se criaban los patos y que en el verano se cubría de poleo, esa hierba fragante, verde y de hojas pequeñas que aromaba todo el lugar. Todavía lo recuerdo, pegado a mi nariz, como uno de los olores de mi infancia.
Mis hermanos con sus amiguitos hacían unas embarcaciones con las gamelas, especie de cajones donde se cosechaba la uva para la vendimia, y aunque flotaban sobre el barro líquido, ellos se sentían de lo más marineros. Pasaban horas ahí. No sé por qué, pero no recuerdo que haya habido zancudos que nos picaran. Pulgas, sí, en abundancia, con tantos animales dando vueltas por ahí.
Mis hermanos con sus amiguitos hacían unas embarcaciones con las gamelas, especie de cajones donde se cosechaba la uva para la vendimia, y aunque flotaban sobre el barro líquido, ellos se sentían de lo más marineros. Pasaban horas ahí. No sé por qué, pero no recuerdo que haya habido zancudos que nos picaran. Pulgas, sí, en abundancia, con tantos animales dando vueltas por ahí.
7 comentarios:
Esta entrada se la dedico a mi hermana Sole, que vive lejos y que fue mi compañera de juegos en la época que estoy recordando.
Me encantaron tus recuerdos, casi que remontan a esos tiempos y a ese lugar!
Que lindos recuerdos AleMamá. Me hacen recordar algunos míos, cuando de niño pasaba las vacaciones en el campo.
Saludos Santiagueños
Gracias por compartir con nosotros esos recuerdos tan queridos y atesorados.
La verdad me encantaría poder tener esta clase de recuerdos, pero siendo de ciudad no hay forma. Mi mamá cuenta relatos de su infancia en la pequeña ciudad selvática de Yurimaguas, y me hace sentir que todo pertenece a un mundo mágico pero ajeano, en el que me encanta atisbar.
Muy bueno Alemamá. ¿Un libro en ciernes?
juan
Juan Alberto, no seas así, que "mis memorias" dan para unas viñetas de cosas pasadas.
Ya me siento vieja hablando con añoranza de cosas que los más jóvenes ven como de la era paleolítica ¡imagínate haciendo un libro! jeje el que debiera recopilar todo lo vivido --y por vivir, dejo constancia-- eres tú.
Cariños a la tribu
En todo caso, mal no estarías escribiendo una biografía novelada (o "cuenteada"), me inscribo desde ahora para tener mi ejemplar, de verdad, has desarrollado una forma de escribir muy amena y tal vez las nuevas generaciones aprecien (no digo tal vez, lo apreciarán) un poco de olor a poleo, yo todavía tomo mate con poleo, menta, cedrón y paico.
He visto a muchachos en la feria comprando aguitas de hierbas y mi hijo Felipe toma manzanilla, claro que más moderno él, en sachet del supermercado.
Atrévete ¿por qué no?
Si piensas qué nos legó el apóstol Pablo, sus cartas. Y Pedro...sus cartas...y Santiago...sus cartas y la madre Teresa...sus cartas, ah, sí, su ejemplo, pero algo tangible, una gran herencia es como lo dijo la poeta aquella, un árbol, un hijo, un libro.
Este comentario parece post jajajaj....
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