Yo no me había levantado pero desde las seis y media estuve recibiendo una clase maravillosa de fisiología vegetal del último libro con que se nutren los intereses científicos de mi amado esposo. No es broma: lo pasé bien pues lo explica con la pasión del que entiende un tema como no lo vemos los demás y es realmente lindo el saber por el saber, de lo que sea.
Bueno, Felipe se ponía su uniforme y yo lo miraba por el reflejo del televisor del estar, y pensaba que a las personas las vemos siempre como en un reflejo de su realidad. ¡Y reflejo de un televisor lejano y apagado, oscuro, algo convexo y pequeño en este caso! ¡Cuánto de lo que ese hijo que tenemos al lado cada día desconozco, se me escapa y nunca lo sabré! ¡Cuántos prejuicios tenemos por ver por esos lentes deformes, prejuiciados que etiquetan, y, como esos pegotines que nunca se terminan de sacar o al menos dejan la huella de su goma, los prejuicios quedan pegados a cada persona que se los colocamos!
Me causó una ternura muy grande ver hoy las cosas de este modo. A ver si nos miramos más de cerca para no necesitar etiquetar a nadie.
1 comentario:
Hoy, más de tres años después de escrito este post, lo ratifico. Antes veía por el reflejo a mi hijo completo, porque era de más baja estatura. Hoy ya no cabe en el reflejo ese: mide más de 180 centímetros y hay áreas de su intimidad a las que no tengo acceso alguno. Ojalá algún día sea menos hermético.
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