Ayer pasé al Metro a recoger a mi media naranja para terminar en la municipalidad unos trámites eternos y nunca completados, por lo que había que ir y venir a muchas oficinas y muchas veces, hasta que ayer los hemos rematado pateándolos en el suelo. Nos pusieron el último timbre y pagamos al última multa por la demora y espero que sea incinerado, pues podría resucitar como Terminator.
Saliendo del estacionamiento para llevarlo a la oficina, mi esposo comienza -como siempre- a darme instrucciones de que ¡cuidado con el poste! ¡va saliendo otro auto atrás! y cosas de ese estilo que me ponen frenética porque tengo licencia desde hace 30 años más o menos, y la he tenido hasta para transporte de 12 pasajeros clase A1 cuando teníamos una camioneta para salir con toda la familia y los amigos. Es que mi marido no me dará nunca la licenciatura de conducir.
Lo peor fue corroborarle su aprehensión, pues al pasar por dicho poste se fue para atrás el espejo, cosa que no me pasa nunca y, que de suceder, bien callado lo dejaría. Por suerte no dijo: ¡Te lo dije! -este hombre tiene instinto- porque si lo hubiese soltado en voz alta -que de pensarlo lo pensó- hoy estaría como Dolega, divorciándome, y en mala.
Cuento corto: me enojé, me amurré y juré por enésima vez que esta vez sí que no manejo más cuando ande con él. (Obviamente sí lo haré -como todas las veces que peleamos por lo mismo- pero guárdenme el secreto).
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Me está pasando seguido que, al venir a postear, me quedo comentando otros blogs y ya no tengo más tiempo o me he olvidado de la última idea para hacerlo. Por eso ahora tengo tres que escribir para dejar algunos para cuando eso me vuelva a ocurrir, y son Uds. mis amigos los culpables por ser tan amenos e interesantes.
