Eran las cuatro y tanto de la tarde y encendí las luces de paso en mi casa. Junto con eso me puse a mirar la lluvia y las nubes que oscurecen todo y recordé los días de invierno de mi niñez cuando en el campo no había luz eléctrica como ahora, para todo y para más de lo que necesitamos, y en todos los lugares imaginables.
Uno aprovechaba hasta el último rayo de luz sin encender lámparas ni velas y era el atardecer una hora muy melancólica que solo terminaba cuando llegaban los mayores con las lámparas marca Aladino, a parafina, con su preciosa luz y comenzaba la intimidad a su alrededor. Ahí jugábamos, leíamos, y a veces cantábamos con la mamá, y para mi era lo mejor cuando sucedía porque aunque no era muy seguido se me quedó marcado como unos de los momentos mágicos en esa casa vieja y llena de historias y de Historia y ya, hace años, demolida.
Pensando en ésto puedo decir que no me molesta nada cuando se corta la electricidad, porque con sólo encender una vela ya se arma un ambientazo que invita a la convivencia a un ritmo humano.