Cada mañana el bus en que iba a la universidad pasaba frente a unos andenes en los que pernoctaba un mendigo a quién conocíamos como El Mohicano. Era relativamente cerca por lo que más de un contacto teníamos con él pues le llevábamos comida o cigarros, vicio aceptado hasta considerar un gesto bondadoso el regalar unos pitillos.
El Mohicano era una persona dignísima. Nunca pedía limosna, y siempre tenía sus harapos y su morada callejera en orden y muy limpio todo dentro de lo posible. Lo estimábamos sinceramente, era parte del vecindario, pero nunca supe su nombre.
Esa mañana de julio --que he traído en mi memoria hasta esta página-- pasé como siempre; era invierno y fue particularmente helada e iba con retraso, pero nunca la olvidaré, pues nuestro vecino estaba muerto en la soledad más grande, tirado en la vereda y en una pose tan indigna que con dolor e indignación pienso en quienes habrán sido los infames que lo dejaron expuesto así en el momento más solemne de la vida: en su muerte.
Lo habían sacado de su "lecho", y no sé si por el frío o el rigor de la muerte lo dejaron rígido en una pose grosera y a la vista sus partes íntimas en una burla sin nombre.
Yo me puse a llorar sin tapujos, no podía dejar de hacerlo, pues hasta en su deceso y siendo objeto de esa humilación, se veía igual de decente a como yo lo conocí.
El Mohicano era una persona dignísima. Nunca pedía limosna, y siempre tenía sus harapos y su morada callejera en orden y muy limpio todo dentro de lo posible. Lo estimábamos sinceramente, era parte del vecindario, pero nunca supe su nombre.
Esa mañana de julio --que he traído en mi memoria hasta esta página-- pasé como siempre; era invierno y fue particularmente helada e iba con retraso, pero nunca la olvidaré, pues nuestro vecino estaba muerto en la soledad más grande, tirado en la vereda y en una pose tan indigna que con dolor e indignación pienso en quienes habrán sido los infames que lo dejaron expuesto así en el momento más solemne de la vida: en su muerte.
Lo habían sacado de su "lecho", y no sé si por el frío o el rigor de la muerte lo dejaron rígido en una pose grosera y a la vista sus partes íntimas en una burla sin nombre.
Yo me puse a llorar sin tapujos, no podía dejar de hacerlo, pues hasta en su deceso y siendo objeto de esa humilación, se veía igual de decente a como yo lo conocí.
5 comentarios:
Que triste historia... me has dejado muy conmovida... es realmente triste saber cuanto llegan a sufrir las personas en calamidad extrema, como son los viejitos. Es una lastima que no hayan personas que puedan brindarle una muerte digna, como lo indicas.
Tristemente,
Fatty
Realmente que triste. Pobre señor.
Seguramente ahora está con Tata Dios.
Qué triste, Alemamá. Por el pobre y digno Mohicano. Y qué triste la indiferencia de algunos seres humanos con el dolor de los otros. Afortunadamente, hay personas sensibles, altruistas y capaces que contrarrestan esa actitud.
Un besazo
Pues ya tienes la idea de un libro estupendo.
j.a.varela
Querida Alemama, me ha impactado el post, pero no por ser un tema desconocido, al contrario, siento sobremanera la marginación. Muchos son los caminos por los que se recala en tan obscuro puerto, mi impotencia me interpela al cruzarme con cada uno de estos hermanos a dejarle una limosna de amor... un Ave María.
Gracias por alimentar mi sensibilidad
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